"Cuando nos abandonó no había cumplido todavía los diez años, que si pocos fueron para lo demasiado que había de sufrir, suficientes debieran de haber sido para llegar a hablar y a andar, cosas ambas que no llegó a conocer; el pobre no pasó de arrastrarse por el suelo como si fuese una culebra y de hacer unos ruiditos con la garganta y con la nariz como si fuese una rata: fue lo único que aprendió (...) tardó año y medio en echar el primer hueso de la boca y cuando lo hizo, tan fuera de sitio le fue a nacer que (...) hubo de tirárselo con un cordel para ver de que no se clavara la lengua. Hacia los mismos días, y vaya usted a saber si como resultas de la mucha sangre que tragó por lo del diente, le salió un sarampión o sarpullido por el trasero (con perdón) que llegó a ponerle las nalguitas como desolladas y en la carne viva por habérsele mezclado la orina con el pus de las bubas; cuando hubo que curarle lo dolido con vinagre y con sal, tales lloros se dejaba arrancar(...) Hasta que un día (...) un guarro le comió las dos orejas... tanta dolor daba el verlo sin orejas (...) ¡Pobre Mario, y cómo agradecía con sus ojos negrillos, los consuelos!" (3)
La familia de Pascual Duarte, C. J. Cela.
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